Otra clasificación de la música


Hay momentos de la historia en que los paradigmas que venimos usando ya no sirven más. Es lo que pasa hoy con los géneros musicales, tan o más caprichosos que las categorías que proponemos a continuación. Esperamos que la academia tome debida nota.

      Por lo general, la música es clasificada en alguno de los llamados géneros (tango, folclore, jazz, rock, cumbia, electrónica, etc.). Sin llegar a cuestionar ese criterio, tan arbitrario como otros pero ya muy establecido como una convención que agiliza las referencias, nos hacemos cargo acá de otro tipo de clasificación, también vigente, no en ámbitos “serios”, sino en la mente de cada uno de nosotros y en las conversaciones íntimas. Nada menos.
      Por eso, es hora de explicitar que la música también puede ser clasificada como:

      Música bailable: dentro de cada género hay música que nos hace “mover la patita” de una forma compulsiva, como por instinto. Así como hay otra que no la puede bailar ni Julio Bocca, variedad que podríamos definir como “imbailable”.
      Música divertida: está mal conceptuada por la academia y, por extensión, en el discurso público de la gente. La verdad es que suele ser la etiqueta de monstruos sólo digeribles a las 4 de la mañana, en una fiesta y con varios vasos de cerveza encima. Pero hay de todo, como siempre, por lo que conviene no ser prejuicioso. Música divertida o “fiestera” es la de grupos como Los Auténticos Decadentes, Kapanga, La Mosca, la salsa en general, la música disco y, según un criterio lamentablemente extendido, casi toda la cumbia.
      Música aburrida: lamentablemente, es más de la que desearíamos y más de la que se cree al pensar su peso relativo en el conjunto de la música. Igual, conviene no pensar mucho en ella porque tiene un efecto somnífero. Más como crítica que como elogio, podríamos decir que es música intelectual. Casi siempre instrumental, muchas veces se escuda bajo el rótulo de “contemporánea”. Si la música es placer, y no trabajo, debería estar penada por ley.
      Música comercial: como su nombre lo indica, es la que vende. No se trata de ser peyorativos. Puede ser buena o mala, según la subjetividad del caso, y buscar el negocio con premeditación y alevosía o no. Lo único que tienen en común los intérpretes involucrados en este grupo es que les va bien económicamente. Eso, de por sí, no implica una categoría moral.
      Música políticamente correcta: es la que conlleva posturas ideológicas “progres”, ya sea por sus letras o por la ideología de sus hacedores (que suelen protagonizar acciones solidarias o adherir explícitamente a determinados proyectos políticos). También conocida como “música de izquierda”, tiene en los cincuentones y sesentones a algunos de sus principales grupos de adherentes. Los ejemplos huelgan, ya que los artistas con alguna posición política definida son casi todos de izquierda.
      Música rapidita: es aquella de ritmo veloz, igual o superior a nuestro ritmo cardíaco cuando estamos agitados. Puede o no ser bailable. Por favor no confundir los tantos.
      Música lenteja: categoría opuesta a la anterior, es aquella de ritmo lento, ideal para bajar un cambio respecto de la vorágine urbana. De nuevo, puede ser bailable o "imbailable".
      Música de sábado a la mañana: Es una categoría muy amplia, dada por ese tipo de música que ponemos a todo volumen en la franja inicial del fin de semana. Puede ser desde música clásica o tango orquestal hasta Shakira. No importa demasiado su prosapia, siempre que acompañe nuestro optimismo. En general tiene una energía “pum para arriba”, o al menos así la percibimos. Se trata de un conjunto cuyos elementos suelen hacer intersección con los del siguiente grupo.
      Música que nos gusta pero que sabemos que es mala: Rafaella Carrá, Los Fatales, el hit de las Ketchup, ese tipo de cosas, o sea gustos avergonzantes pero que reivindicamos para hacernos los simples (y hasta los vulgares, onda “yo, uno de tantos”), los amplios (“puedo disfrutar de diferentes tipos de música”) o los excéntricos (hoy que lo kistch es cool, si me permiten la concentración de anglicismos).
      Música que nos levanta el ánimo. Es sobre todo el rock, particularmente en castellano y con letras buena onda, como “Mucho mejor” de Los Rodríguez o las grandes bandas de jazz haciendo temas de swing. Cada género clásico (de esos que nos proponemos desbancar) tiene su ala optimista y su ala pesimista, como se terminará de ver a continuación.
      Música para acompañar nuestro bajón. Además de aquella que relacionamos directamente con episodios tristes de nuestras vidas, hay mucha música para sufrir. A saber, casi todo el tango (si no, escuchen con atención diez letras de tango al azar y después me cuentan) o las baladas insufribles que hace unos años pasaban por FM Horizonte. Es un tipo de música muy fácil de detectar, sólo se necesita estar melancólico o (mejor) deprimido.
      Música tierna. Es romántica, como suave. Sus letras hablan de sutilezas, como las pompas de jabón que menta Serrat en Cantares. Nos referimos a los discos de tipos como Jorge Drexler, Ismael Serrano o Kevin Johansen. Gente muy buena y transparente, pero que a veces, de tan idealista, peca de ingenua, como tantos de nosotros.
      Música de minitas. Ahora habría que decir “de género”, como se hace con todo lo que está destinado a un sexo u opción sexual determinados. En este caso, sería “música de género femenino” (expresión horrible, además de demasiado larga). Nada de discriminación, señores. ¿Alguien cree, sinceramente, que Luis Miguel es también para varones? ¿Alguien vio alguno haciendo cola para ver a Sandro o a Axel?
      Música que nos calienta. Pueden ser las Azúcar Moreno o Las Primas (casos que hacen pensar que no es tanto la música lo que nos excita). Pero también Rosario (la cantante española) o Norah Jones, aunque no conozcamos muy bien sus rostros ni sus cuerpos porque nunca salieron seguido por televisión. Otra denominación para esta categoría podría ser la de “música hormonal”, porque agita las hormonas hasta convertirnos en una auténtica bola de fuego ¿Podría ser esta una música de chabones? ¿O mejor metemos la categoría anterior y esta en “música hormonal” y a otra cosa?
      Música gay. (Y seguimos ganando amigos en el INADI) Desde los tiempos de YMCA, el boliche neoyorquino luego inmortalizado en un tema de Village People, hay música que se identifica justificada o injustificadamente con la comunidad homosexual, ya sea con un carácter despectivo o no. Pueden enojarse todo lo que quieran, pero ahí están Cristian Castro, Miranda, Erasure y buena parte de la música que pasan en FM Aspen, mucha de la cual le encanta al autor de estas líneas. Y sí, saquen las conclusiones que quieran.

      Por último, la música también podría agruparse por nacionalidades, no tanto en la creencia de que el haber nacido los intérpretes en un mismo terruño les dé a sus músicas ciertos rasgos en común, sino por las dificultades para ubicar algunos discos en nuestras variopintas colecciones. Si hay gente pecaminosa que ordena sus CDs por orden alfabético de intérprete (queremos creer que por apellido), ¿por qué no por nacionalidad? ¿Dónde ubicar, si no, ese compacto de música tradicional mexicana o el de Rivertidísimo que grabó Ignacio Copani en los ’90? No, si la vida del melómano no es tan fácil como parece desde afuera…
      Desde ya que las categorías sugeridas aluden a diferentes planos y, por ende, dan lugar a que una misma canción o tema instrumental pertenezca a varias de las nuevas bateas propuestas. A propósito, ¿se imaginan las bateas de las disquerías con rótulos tales como “Música aburrida” o “Música para sábado a la mañana? Sí, hoy parece imposible, pero si abandonáramos la hipocresía que nos agobia, este desinteresado aporte a la musicología nos dejaría más cerca de la verdad que esos colectivos conocidos, pero aun así de rumbo incierto, que en el frente dicen cosas vagas como “Pop” o “Melódicos”.

Carlos Bevilacqua

Publicado el 13-10-2009.