Maslíah en serio (o casi)

Entre las rarezas que dejó el reciente Festival de Jazz de Buenos Aires, estuvo el concierto que dio el inefable Leo Maslíah durante la última jornada, al aire libre, en el Centro Cultural Recoleta. Además de su faceta cómica, el uruguayo mostró su enorme capacidad como músico “serio” dentro de un amplio espectro de estilos.

      “Ecléctico y sincrético” fue la fórmula que eligió el locutor Claudio Orellano para presentarlo. Palabras infrecuentes, tal vez demasiado rebuscadas, pero que sirven para abarcar su vasta trayectoria como cantautor, sus 40 discos, sus obras sinfónicas y de cámara, sus libros de cuentos, su personal sentido del humor.
      Convocar a Leo Maslíah a un festival de jazz es a la vez una excelente idea y un riesgo. Tal vez sea una excelente idea precisamente por implicar un riesgo. Sobre todo si se concibe al jazz no sólo como un género musical sino también como una actitud. Lo cierto es que así como el cantautor charrúa es difícil de clasificar en las bateas, tampoco es fácil prever con qué se saldrá sobre un escenario. Aunque, claro, uno sienta que difícilmente vaya a defraudar.
      El concierto que dio el 8 de diciembre en la terraza del Centro Cultural Recoleta no fue una excepción a esa historia de expectativas satisfechas. Maslíah no hizo reír tanto como en otras presentaciones ante los porteños, pero nos paseó por músicas diversas; la mayoría originales de su autoría, otras versiones muy libres, productos de su exuberante imaginación.
      Arrancó solo con su piano, para dos temas propios. El primero, con una letra que narra en primera persona los desvelos de un músico que toma todos los recaudos para ser de los mejores. El segundo, con el hipotético discurso de la mujer de Charlie Parker. En las dos piezas siguientes (una de ellas escrita por Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes) se concentró en la interpretación meramente instrumental, pero ya en compañía de la violonchelista Lucía Gatti.
      Acto seguido, llegaron los cruces: tanto el pericón nacional uruguayo como Eleanor Rigby (de Los Beatles) sonaron candombeados, en el segundo caso con scat incluido. A esa altura se habían sumado Gustavo Etchenique (en batería) y Nicolás Mora (en guitarra y bandoneón). Con ellos dos, pero sin Gatti, Maslíah interpretó luego otro tema instrumental: Agua, de Fernando Cabrera. Su piano llevaba casi siempre un ritmo tenso, determinante de la atmósfera que iba generando. La tensión cedió transitoriamente, cerca del final, cuando con el regreso de la violonchelista y la incorporación de Juan Pablo Di Leone en flauta traversa, el grupo tocó Persianas. Fue el comienzo de un segmento que culminó con Sombras de nadie, tema que el propio pianista definió como “tranquilo y oscuro”.
      Hacía rato que Maslíah no cantaba. Algo que ya se empezaba a extrañar. No porque tenga una voz privilegiada ni un estilo virtuoso, sino por lo agudo de sus versos (por lo general también cómicos) y la manera insólita de tan monocorde en que los entona. No se hizo desear mucho: a casi una hora de haber empezado, se despidió con el discurso de un cantante que, desesperado, confiesa: “No sé cómo es la letra de esta canción / no sé si es triste o si es un bajón”, para terminar, aliviado: “pero igual / ya llegamos hasta el final”.

Carlos Bevilacqua

En la imagen, Maslíah durante el concierto reseñado, ante la multitud que colmó la terraza del Centro Cultural Recoleta. Foto de Tadeo Jones.

Publicado el 4-12-2010.