La frescura del camino solista


A Román Giúdice, su debut discográfico como solista lo revela como un cantautor eficaz, capaz de armar canciones seductoras, de esas que se imponen más allá de los géneros musicales. Una instrumentación oportuna para cada pieza de su repertorio lo distingue como un fino arreglador.

      Una sensación de bienestar invade nuestro espíritu cada vez que letra y música se llevan bien, dándose sus espacios para brillar pero sin dejar de conformar un todo armónico. Román Giúdice logra esa feliz alquimia en buena parte de su primer disco solista, titulado Canciones de la propia panadería. Apoyado en un cambiante acompañamiento instrumental, Giúdice pone su voz y su guitarra para presentar en sociedad 13 piezas de diferentes “palos”: las hay claramente folclóricas, un par de sonoridad brasileña, un bolero y, las más, difíciles de encasillar en un género, excepto en el vago (pero fascinante) de “canción”. Todas llevan letra y música compuesta por él mismo.
      Un halo de optimismo vincula a la mayoría de las canciones, tanto en los ritmos y las melodías como en el tono de las poesías. En Abre (título con el que inaugura la compilación), canta Giúdice: “Abre los ojos, mira qué cielo / pasa la mano por la piedra / moldeada por el agua que baja / de la montaña / Ponte a pensar un rato en los miedos / deja que se vayan, nomás”. Tres pistas después, en Valer la pena, postula cantando: “A valer la pena hemos venido / a callar con coplas al olvido”. De todas sus creaciones, es el samba Bella Flor una de las más gratas por la dulzura de la letra, en sintonía con la intervención de Gabi La Malfa en voz y coros. En ese pasaje la participación de una segunda voz resulta evidente, como parte de los sutiles juegos entre ciertas voces subalternas y la principal que caracterizan a todo el disco.
      Si bien la recurrencia de imágenes tomadas de la naturaleza puede evocar cierta estética típica de la música de raíz, Román se desmarca rápidamente con otras elecciones en el plano instrumental; la presencia de un bajo eléctrico, un sintetizador, el rol que cumple el piano y ciertos detalles de post-producción lo liberan de los dogmas estilísticos. Giúdice vuelve a mostrarnos una pelota que después esconde cuando, por el peso de la percusión y un par de referencias orientales en las letras, nos lleva a creer que es uruguayo, siendo que en realidad es un porteño nacido en 1963.
      En sintonía con ese eclecticismo, como cantante se muestra dúctil ante cada clima musical con un fraseo claro. Sólo en las últimas dos canciones resulta menos convincente, en parte por la contradicción entre letra y música en la penúltima y el carácter demasiado elemental de los versos en la última.
      Giúdice es integrante del grupo Lo Péz y obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes a la canción de raíz folclórica por Verde memoria. Como sesionista, participó en discos de Laura Albarracín, Soledad, Santaires, Suna Rocha, Claudio Sosa y Adriana Nano, entre otros.
      El próximo martes 6 de abril, desde las 21:30, presentará el disco reseñado con un recital en Café Vinilo (Gorriti 3780), acompañado con todos los músicos que participaron de la grabación: el pianista Pablo Juárez, el percusionista Franco Exertier, el bajista Tomás Pagano, el guitarrista Juan Pablo Saraco y el cantante Federico Nicolao, en coros.

Carlos Bevilacqua

Publicado el 2-4-2010.