Detrás de la música en escena

En sociedad con “Pepe” Cibrián conforma la dupla más exitosa y prolífica que ha dado el teatro musical argentino. Pianista, compositor, arreglador y director musical, Ángel Mahler es una voz más que autorizada para hablar sobre la música teatral. Junto con una entrevista en la que revela cómo la pasión moviliza su trabajo, ofrecemos una breve crítica de Excalibur, la obra del tándem Cibrián-Mahler estrenada el mes pasado en el Teatro Astral de Buenos Aires.

      ¿Cómo surgen los proyectos con “Pepito” Cibrián?
      Hay determinadas historias que son muy atractivas. Tengo un listado de historias que me gustaría escribir y a veces busco esas historias. La elección del tema en sí tiene que ver con la necesidad de decir algo a través de la obra y de la música; en el caso de Excalibur, la espada simboliza la meta, entonces tomando esa idea, la conquista de Arturo es cumplir sus sueños. En eso está basada la obra, en ser fiel a uno mismo para cumplir las metas.
      ¿En la elección de historias o temas tiene que ver algún ingrediente autobiográfico?
      Sí, pero creo que todos los compositores necesitaron de esa inspiración. El músico, y más aún el de teatro está muy motivado por las historias, que te permiten escribir sobre determinadas temáticas. Merlín, por ejemplo, tiene que ver mucho con mi padre a quien perdí el año pasado. Entonces un poco también fue eso lo que me conectó con este personaje que hace y dice cosas muy lindas.
      Componer es una catarsis muy grande, es un trabajo en el que se vuelcan un mundo de sensaciones, la música te da esa posibilidad. Es increíble el poder de disfrute y de narración que brinda, dado que al no tener palabras deja que la imaginación vuele.
      ¿El contenido sobre el cual se funda un espectáculo es determinante para esas elecciones?
      Sí, por supuesto, siempre priorizamos el crear una obra potente desde el contenido. Excalibur, si bien tiene una gran propuesta visual, podría ser representada con los actores sobre un fondo negro y se sostendría perfectamente.
      ¿Cuál es la etapa que más disfrutas del proceso creativo?
Yo compongo la música, en general con algún piano o con ayuda de un teclado, pero después, en la orquestación, cuando me siento a escribir qué es lo que va tocar la orquesta… ese es el momento que más disfruto, porque allí todo parece un sueño... como si lo que tiene que tocar cada instrumento existiera ya en algún lugar y yo sólo lo voy tomando, lo escribo y lo ubico; orquestar es un proceso muy hermoso porque recreas la música y le das más poder todavía.
      ¿Cómo llegaste a tu primer trabajo con Cibrián?
En 1982, él estaba por estrenar un musical llamado Calígula y necesitaba un arreglador. Recuerdo que la música de la obra era de Martín Bianchedi. Yo en ese momento tenía 22 años y estudiaba con Manolo Juárez armonía y orquestación. Nuestra amiga Laura Mancini nos presentó y ese mismo día me dieron un tema. A la noche escribí algo y se lo mostré a Pepe. Le fascinó y desde ese día no dejamos de trabajar juntos.
      De aquella primera noche con esa primera composición, ¿qué es lo que todavía conservás?
      Hoy conservo el mismo entusiasmo con el que comencé. Tengo las mismas ganas de hacer cosas, incluso mejores y, sobre todo, hoy disfruto lo interesante de mirar para atrás y sentir que hice lo que tuve ganas. Me pudo haber ido bien o mal pero aprendí mucho; y el teatro te da la posibilidad de hacer todo lo que te gusta y como a veces lo que vos te gusta no le gusta a otros, con el tiempo logré que la palabra rentable tenga cada vez menos importancia en mi vida. Hoy elijo un proyecto que tal vez no es rentable pero que es lo que más me gusta. Ahí es donde uno se conecta consigo mismo y es a través de la música que te podés conectar con Dios o con quien quieras.
      Luego de tantos años trabajando juntos, cuando elaborás una idea ¿la pensás en función de lo que le vas a contar a Pepe o de qué te va a decir él?
      Duplas creativas en el mundo siempre han existido; si bien cada sujeto tiene su estilo y a veces nunca se sabe qué idea fue de cada uno, pues el límite es muy fino. En nuestro caso, yo nunca fui un músico del estilo del que recibe un libro y escribe la música. A mí me gusta participar en la idea general, no escribir el libro, pero sí participar desde la elección inicial. En el caso de Excalibur, pensar por qué la vamos a hacer, imaginarme sus colores, pensar en la escena en que se sacará la espada de la piedra, hablar de Arturo y de su nobleza, luego pensar en Morgana y en su historia pasada con Merlín... Me interesa la posibilidad de jugar e ir hacia atrás y contar su historia de amor. Me involucro con el proceso de modo completo.
      ¿Cómo fue tu formación?
      Si bien quería estudiar música y mis padres me apoyaban, ellos quisieron que estudiara algo más. Así fue que estudié en un colegio industrial, soy técnico electrónico, no niego que ello me sirvió pues a veces desarmo teclados y los arreglo cuando tengo algún problema, pero por suerte paralelamente seguí estudiando música. Tomé clases particulares con Mimí Berti y luego con Manolo Juárez, quien también era docente del Conservatorio Nacional. Con Manolo recuerdo que analizamos la quinta sinfonía de Beethoven y eso me abrió un mundo; mi favorito es Puccini, que también era el favorito de mi papá.
      ¿Tuviste alguna vez necesidad de subirte a un escenario como intérprete?
      No, porque la música es la protagonista absoluta en mi trabajo, es como una vedette, y yo con ese protagonismo me siento muy conforme. Estoy satisfecho con lo que digo a través de la música, lo que deseo es que cada vez el mensaje sea mejor.
      ¿Cómo desarrollas tu profesión fuera del musical?
      Compongo, debo tener unas diez composiciones importantes, también un poema sinfónico, un adagio para chelo, dos romanzas para violín y suites para musicales. He tenido la alegría de que la Orquesta Sinfónica de Salta y la Sinfónica de Olavarría hayan tomado trabajos míos. Espero que llegue el momento en que también los tome la Sinfónica Nacional. De todos modos, lo fundamental para mí está en el musical, porque en él encuentro la posibilidad de jugar y sobre todo de aportar lo que otros no tienen. A mí me gusta mucho la lírica, por lo que en mis composiciones hay momentos muy operísticos.
      ¿Sos público habitual de la ópera?
      Sí, me gusta mucho y voy con mi hijo Damián, con quien incluso tratamos, en la medida de lo posible, de analizar las obras con las partituras para orquesta completas; así aprendemos mucho. Cuando me gusta mucho algo, me intereso por saber cuál es la combinación que produce eso que me gusta, como con una receta en la que uno busca conocer cuáles son los recursos que pueden producir determinado efecto, y compartir eso con mis hijos es maravilloso. Es un ejercicio que disfruto mucho y del cual sigo aprendiendo.

Larisa Rivarola

Recuadro
Una puesta con el sello de la dupla

      Merlín, famoso mago de la literatura europea e inspirador de tantos otros personajes mágicos fue guía de Arturo hacia Excalibur, la espada que lo convirtió en rey y gracias a la cuál reinó desde Camelot (reino cuya verdadera existencia aún se discute). Según el mito, el joven tenía 16 o 17 años cuando extrajo la espada de la piedra y la leyenda comenzó.
      Para “Pepe” Cibrián y Ángel Mahler, hablar de Excalibur tal vez sea un modo de hablar de si mismos y de las metas a las que han llegado, tal vez Arturo y su compañero Merlín emulen ese proyecto conjunto que sólo fue posible comprometiéndose con el otro sin dejar de ser fieles a sí mismos. Esto se percibe en el escenario del teatro Astral, donde el mundo de Camelot aparece recreado por 30 artistas. Merlín se mueve encarnado por un versátil Juan Rodó que le agrega gracia y frescura a un personaje habitualmente presentado como oscuro demiurgo. Sus criaturas visten diseños circenses que sobresalen entre los 220 trajes especialmente confeccionados.
      En medio de una precisa e imponente puesta de luces se pueden apreciar los cuerpos que la dupla Cibrián-Mahler han seleccionado luego de estrictas pruebas. Más allá de sus personajes, los jóvenes artistas que habitan el mundo de Excalibur representan una nueva manera de entender el cuerpo del artista, lejos de las alturas, pesos y formas limitadas que se suelen apreciar en la danza. Jóvenes que dan cuenta de una nueva manera de abordar el trabajo con el artista y su cuerpo.
      Debajo del escenario, cabe destacar los méritos del director de la orquesta, Damián Mahler (debutando en el rol a los 23 años) y de su hermano, que lo atiende concentradamente desde las guitarras, con apenas 21.
L.R.

Publicado el 13-2-2012.

En la imagen: Ángel Mahler (gentileza de Patricia Brañeiro).